Por Adalys Pilar Mireles
Pinar del Río, Cuba (PL) En armonía con el paisaje cubano, la silueta
del Héroe Nacional José Martí asoma cual capricho de la naturaleza
entre los mogotes de Viñales, sitio del patrimonio mundial.
Tendido de cara al sol, como fue su deseo expreso, aflora el
perfil del patriota, prócer de la gesta independentista contra el
colonialismo español.
Al transitar entre sinuosos senderos por la Sierra de los Órganos,
los caminantes descubren en las alturas formas que se asemejan al
rostro del político y escritor, figura cimera de las letras en la
isla.
Tras la habitual niebla de la alborada, las cimas evocan los
rasgos faciales del caudillo y poeta, sobre una alfombra de helechos,
dibujo pétreo que anima aquí las sosegadas vistas de la campiña.
Nombrada El Martí yacente por los habitantes del lugar, la imagen
se visualiza desde la carretera que une a Viñales con el cercano
pueblo de El Moncada, y resulta sorprendente detalle en esta zona de
Cuba.
No importa el cansancio por la distancia recorrida o la prisa de
los viajeros, siempre hay un minuto para admirar ese paraje, donde
convergen a un tiempo lomas, fantasía e historia.
Percibida desde un solo ángulo con respecto a la posición que
ocupa, la figura esculpida por la naturaleza es apreciada con igual
asombro por lugareños y recién llegados.
Entre flores y árboles montañeses, inunda de leyenda el valle de
la Guasasa, próximo al poblado principal del territorio, de fama
internacional por sus deslumbrantes escenas serranas.
Parcelas aradas y elevaciones en forma de cúpula confluyen en la
localidad, declarada Paisaje Cultural de la Humanidad en 1999, debido
a la simbiosis casi poética entre hombre y entorno.
Considerada una de las tierras más antiguas del Caribe, la región
abriga a extensos sistemas cavernarios entre los que sobresalen Santo
Tomás y Palmarito, dos de los mayores de América Latina.
El territorio inspira desde siglos pasados a escritores y artistas
de la plástica como Domingo Ramos y Tiburcio Lorenzo, quienes
intentaron atrapar con trazos y colores, la majestuosidad del lugar.
Junto a sus joyas espeleológicas y sorprendentes escenarios
intramontanos, Viñales atesora una peculiar pintura de Martí sobre un
“lienzo” rocoso, que data del período jurásico.
Más al este, en el Orquideario de Soroa, mayor jardín de su tipo
en la nación, florece el lirio martiano, original ofrenda al más
universal de los pensadores cubanos.
La variedad surgió como fruto de la imaginación del experimentado
horticultor japonés Kenji Takeuchi, fallecido en 1977.
Identificada entre muchas por sus abultados pétalos blancos, la
flor es un híbrido obtenido a partir de dos especies endémicas de la
isla mediante la técnica botánica convencional.
El abogado español Tomás Felipe Camacho construyó el recinto
expositivo, perteneciente a la provincia de Artemisa, donde
fallecieron numerosas especies antes de la llegada de Takeuchi, con
amplio dominio de los procedimientos de cultivo.
A sus manos de artífice debemos el diseño y creación de los
jardines, monumento natural a la llamada Aristócrata de las flores, el
cual cobija a ejemplares nativos y exóticos.
Pero sin dudas, una de sus más singulares obras fue el lirio José
Martí que se integró a la abundante vegetación de la zona en 1953,
cuando se cumplieron 100 años del natalicio del héroe.
Días de incertidumbre y desasosiego precedieron a su original
tributo, hasta que vio la luz entre la tupida floresta, en plena
Sierra del Rosario.
Desde entonces, el lirio martiano sobresale por su inconfundible
apariencia nívea en las cimas de Soroa, donde crece ya de forma
silvestre.
Un paseo por los empedrados caminos del vergel y sus alrededores,
permite apreciar las poblaciones de la planta, dueña de una colina en
el occidente del país.
Cuidada con celo, resalta junto a los antiguos umbráculos creados
para resguardar de los rayos solares a las colecciones de la Dama del
reino vegetal.
Mientras en Viñales los mogotes jurásicos regalan cada amanecer
ingenuas insinuaciones y remembranzas martianas, que superan a
cualquier reverencia humana.
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