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Evocaciones martianas en la naturaleza cubana

Evocaciones martianas en la naturaleza cubana  
Por Adalys Pilar Mireles
 
 
Pinar del Río, Cuba (PL) En armonía con el paisaje cubano, la silueta
del Héroe Nacional José Martí asoma cual capricho de la naturaleza
entre los mogotes de Viñales, sitio del patrimonio mundial.
Tendido de cara al sol, como fue su deseo expreso, aflora el
perfil del patriota, prócer de la gesta independentista contra el
colonialismo español.
Al transitar entre sinuosos senderos por la Sierra de los Órganos,
los caminantes descubren en las alturas formas que se asemejan al
rostro del político y escritor, figura cimera de las letras en la
isla.
Tras la habitual niebla de la alborada, las cimas evocan los
rasgos faciales del caudillo y poeta, sobre una alfombra de helechos,
dibujo pétreo que anima aquí las sosegadas vistas de la campiña.
Nombrada El Martí yacente por los habitantes del lugar, la imagen
se visualiza desde la carretera que une a Viñales con el cercano
pueblo de El Moncada, y resulta sorprendente detalle en esta zona de
Cuba.
No importa el cansancio por la distancia recorrida o la prisa de
los viajeros, siempre hay un minuto para admirar ese paraje, donde
convergen a un tiempo lomas, fantasía e historia.
Percibida desde un solo ángulo con respecto a la posición que
ocupa, la figura esculpida por la naturaleza es apreciada con igual
asombro por lugareños y recién llegados.
Entre flores y árboles montañeses, inunda de leyenda el valle de
la Guasasa, próximo al poblado principal del territorio, de fama
internacional por sus deslumbrantes escenas serranas.
Parcelas aradas y elevaciones en forma de cúpula confluyen en la
localidad, declarada Paisaje Cultural de la Humanidad en 1999, debido
a la simbiosis casi poética entre hombre y entorno.
Considerada una de las tierras más antiguas del Caribe, la región
abriga a extensos sistemas cavernarios entre los que sobresalen Santo
Tomás y Palmarito, dos de los mayores de América Latina.
El territorio inspira desde siglos pasados a escritores y artistas
de la plástica como Domingo Ramos y Tiburcio Lorenzo, quienes
intentaron atrapar con trazos y colores, la majestuosidad del lugar.
Junto a sus joyas espeleológicas y sorprendentes escenarios
intramontanos, Viñales atesora una peculiar pintura de Martí sobre un
“lienzo” rocoso, que data del período jurásico.
Más al este, en el Orquideario de Soroa, mayor jardín de su tipo
en la nación, florece el lirio martiano, original ofrenda al más
universal de los pensadores cubanos.
La variedad surgió como fruto de la imaginación del experimentado
horticultor japonés Kenji Takeuchi, fallecido en 1977.
Identificada entre muchas por sus abultados pétalos blancos, la
flor es un híbrido obtenido a partir de dos especies endémicas de la
isla mediante la técnica botánica convencional.
El abogado español Tomás Felipe Camacho construyó el recinto
expositivo, perteneciente a la provincia de Artemisa, donde
fallecieron numerosas especies antes de la llegada de Takeuchi, con
amplio dominio de los procedimientos de cultivo.
A sus manos de artífice debemos el diseño y creación de los
jardines, monumento natural a la llamada Aristócrata de las flores, el
cual cobija a ejemplares nativos y exóticos.
Pero sin dudas, una de sus más singulares obras fue el lirio José
Martí que se integró a la abundante vegetación de la zona en 1953,
cuando se cumplieron 100 años del natalicio del héroe.
Días de incertidumbre y desasosiego precedieron a su original
tributo, hasta que vio la luz entre la tupida floresta, en plena
Sierra del Rosario.
Desde entonces, el lirio martiano sobresale por su inconfundible
apariencia nívea en las cimas de Soroa, donde crece ya de forma
silvestre.
Un paseo por los empedrados caminos del vergel y sus alrededores,
permite apreciar las poblaciones de la planta, dueña de una colina en
el occidente del país.
Cuidada con celo, resalta junto a los antiguos umbráculos creados
para resguardar de los rayos solares a las colecciones de la Dama del
reino vegetal.
Mientras en Viñales los mogotes jurásicos regalan cada amanecer
ingenuas insinuaciones y remembranzas martianas, que superan a
cualquier reverencia humana.
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Las terrazas: hechizo de la montaña

Las terrazas: hechizo de la montaña

Abrazada a la cordillera, la comunidad de Las Terrazas es una suerte de ensueño de la campiña cubana que hechiza a caminantes, pintores y bardos.

La armonía entre su arquitectura y la sierra deslumbra a los recién llegados en busca de vistas exclusivas y de una experiencia de desarrollo rural sostenible que es única en la Isla. Sus viviendas de homogéneos diseños y tonalidades se entrelazan con la vegetación y la topografía de la zona, inhóspita hasta mediados del siglo pasado.

Fundada para dar abrigo a los campesinos de la occidental demarcación, la localidad seduce a los recién llegados por el concierto entre el hombre y su entorno. Los habitantes, cerca de mil, se enorgullecen de su origen y de la fama de ese escenario natural, que se renueva y enriquece con sus propios frutos.

En el centro del complejo, el hotel Moka devino el mayor exponente de la complicidad entre los aires de modernidad y el mundo silvestre. Alrededor de un árbol centenario transcurre la vida en la edificación que obsequia una de las panorámicas más hermosas de la Sierra del Rosario, declarada por la UNESCO Reserva Mundial de la Biosfera.

El turismo, que dispone también de otras instalaciones extrahoteleras, proporciona empleo a los pobladores del lugar, además de financiar la totalidad de las inversiones y proyectos de la comunidad.

Con una población mayoritariamente joven, el poblado (70 kilómetros al oeste de La Habana) mantiene en cero la tasa de mortalidad infantil desde hace más de un lustro. El incremento de la expectativa de vida, que ronda los 80 años, sobresale entre los logros indiscutibles de la zona.

En el centro del pueblo, el restaurante ecológico El Romero agasaja a lugareños y viajeros con sus aguas bravas, aromatizadas con frutas tropicales y otras delicias de la cocina cubana e internacional. Muy cerca, la Casa Museo Polo Montañez atesora recuerdos del compositor y cantante, conocido mundialmente como el Guajiro Natural.

Por sus calles se escuchan aún anécdotas sobre el músico autodidacta que improvisaba conciertos en los más insospechados sitios, inspirado en los encantos del paisaje local y en la pureza de su gente. Afamados artistas de la plástica como el "pintor de la flora cubana", Jorge Duporté, quedaron cautivados por la floresta de las cimas y el apacible lago donde pasean en bote pequeños y adultos.

Custodian el asentamiento las ruinas de unas 70 edificaciones, construidas por colonos franceses en anteriores centurias. Desde cualquier punto de Las Terrazas, el canto de las aves confirma la majestuosidad de uno de los lugares mejor preservados de la Isla, orgullo de los montañeses.

El héroe de la cordillera

El héroe de la cordillera

 

 

Silencioso recorre el maestro la cordillera. El cuerpo en la sombra y entre las rocas este inconfundible perfil tallado desde épocas pretéritas como anticipo de su existencia.

El rostro apacible, sorprende a los caminantes en uno de los giros del sendero. Entre las cimas aflora su presencia.

Cuentan que desde tiempos lejanos los campesinos del lugar lo descubrieron en lo alto de la sierra. Parece dormido decían algunos, descansa ahora después de sortear las espinas del camino.

De cómo llegó hasta aquí o en qué momento, poco se sabe. De laberintos están llenas la historia y la ciencia.

Lo cierto es que sigue en la cumbre, donde se abrazan los mogotes hasta dibujar cada detalle. Desafiando la tempestad de los años la faz del héroe pervive para quedarse por siempre atrapado en el paisaje.

(Arriba la imágen del Martí Yacente, vista donde confluyen las cimas de varios macizos de Sierra de Gusasa, que guarda una asombrosa semejanza con el rostro del Héroe Nacional de Cuba, José Martí).

 

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Con el recuerdo en los labios

Con el recuerdo en los labios



Como cada septiembre, la ciudad despierta entre torres y paseos centenarios, con aires de remembranza y el orgullo de sus 14 décadas.

Sobrevivientes de épocas pretéritas, su primer parque, antigua plaza de Pinar del Río, el teatro Milanés, exponente del siglo XIX, el reloj que despierta a sus habitantes desde los albores de la pasada centuria, entre otras reliquias.

A pesar de los años, la vida trascurre aún en los alrededores de su calle real o José Martí, adornada por edificaciones asimétricas e insaciables caminantes.

En lo más alto, la otrora colonia española,  convertida en Palacio de Computación.

Inconmovibles ante el paso del tiempo la India, uno de los primeros edificios de dos plantas de la provincia y el Palacio de Guahs, singular abrazo de la ciencia y el arte.

La historia comenzó en las márgenes de un río custodiado por pinares, en ese escenario surgió el primer asentamiento que devino, poblado, villa y luego ciudad el 10 de septiembre de 1867, salpicada por el Atlántico y los aires de la transculturación.

Y aunque la noticia se conoció casi un mes después causó un gran revuelo entre los pobladores del lugar, convertido en la capital de Vueltabajo.

Así, con la serenidad de sus 140 años, la ciudad sueña y despierta con el recuerdo en los labios.

Además de las bellezas naturales que cobija, Pinar del Río es una suerte de museo prehistórico donde subsisten vestigios de añejas especies vegetales y animales y huellas de los primeros hombres que poblaron este extremo de la Isla.

Con más de 700 sitios arqueológicos, esta región es una suerte de museo del aborigen mesolítico antillano, al cobijar el mayor reservorio de esa comunidad en el área del Caribe.
Los vestigios de estas poblaciones son muy escasos pues hasta ahora se localizan solamente en esta región y en otras tres localidades de países vecinos, aseguran arqueólogos locales.      
En grutas, llanuras y elevaciones afloran las huellas de los antiguos asentamientos que sirvieron de refugio o sitio habitacional a esos hombres calificados como cazadores, pescadores, recolectores.
Estas sociedades, las más atrasadas de La Isla, no conocían la agricultura ni la alfarería y sobrevivían exclusivamente
mediante la apropiación de los recursos ofrecidos por la naturaleza.
En la península de Guanahacabibes, en el límite oeste de la nación, subsiste un número significativo de lugares donde asoman los restos de alimentos e instrumentos de trabajo pertenecientes a los indígenas que poblaron la zona unos cuatro mil años atrás.
En la apartada demarcación aparecieron indicios de su presencia en puntos cercanos a la costa y fundamentalmente en las abundantes cavernas de la llanura cársica, exploradas  por los científicos que intentan descifrar secretos sobre el modo de vida de tan remota civilización.
Entre los laberintos de los sistemas cavernarios yacen gubias de concha, majadores y otras pruebas de su estancia en tan agrestes parajes, que los cobijaron de las inclemencias del tiempo y más tarde de los rigores de la colonización.
Viñales es otro de los territorios que resguarda importantes descubrimientos.
En el municipio, conocido internacionalmente por la belleza de sus valles intramontanos, existen unos 70 sitios –la mayoría de ellos bien preservados- que acogieron a estas agrupaciones.
Los estudios en esas localidades demuestran las hipótesis acerca de sus hábitos nómadas o frecuentes migraciones en dependencia de las condiciones climatológicas y los recursos naturales disponibles en cada estación.
Otra de las conclusiones es la presencia de los denominados mesoindios en los más diversos paisajes, entre ellos varias sabanas, espacios considerados de alto valor.
Uno de los más curiosos es un asentamiento de unos 3 mil a 2 mil años de antigüedad descubierto accidentalmente en la llanura sur de Pinar del Río.
Los primeros indicios surgieron cuando un campesino del barrio El Palenque, en Consolación del Sur ( a unos 160 km de La Habana ) extrajo los  fragmentos de concha y moluscos marinos mientras iniciaba la labranza de la tierra, destinada al cultivo del tabaco.
Análisis posteriores confirmaron que en la explanada se conservan aún dos áreas de habitación empleadas por un grupo de unas 150 personas (más de la mitad niños) explicó Enrique Alonso, Doctor en Ciencias Históricas a cargo de las pesquisas.
Cubiertos por cuatro centímetros de sedimentos fluviales, se hallaron las evidencias de la estancia en la extensa planicie durante al menos tres siglos, salvo en época lluviosa cuando emigraban a las montañas para evadir las inundaciones.
Parte del ajuar de trabajo como majadores, además de piedras tintóreas supuestamente empleadas para la decoración de su cuerpo, emergen del suelo una vez iniciadas las excavaciones.
Dentro de la superficie que ocupaba el antiguo campamento se encontraron también dos osamentas humanas que se estima pertenecieron a dos jóvenes de sexo masculino.
La exploración reveló la distribución habitacional en forma de anillos: al centro el lugar de las fogatas, después el de preparación de los alimentos,  más distante el empleado para la confección de los instrumentos y el último reservado al descanso.
A través de los restos de animales encontrados (jutía, jicotea, moluscos marinos) podemos inferir no sólo lo que comían sino el conocimiento que  poseían acerca de las bondades de la naturaleza para poder subsistir sin ningún empleo de la agricultura, comentó Alonso.
Agregó que el llamado atraso de los habitantes de esta región es relativo pues a pesar de definirse como arcaicos con una economía exclusivamente de apropiación, demostraron un amplio dominio de la dialéctica de su entorno.
La presencia de representantes del mundo marino indica que realizaron grandes desplazamientos por grupos, presumiblemente a través de los ríos cercanos para alcanzar la costa distante de allí unos 20 kilómetros, lo que demuestra el principio de la exploración continua a ellos atribuido.
Estos vestigios ocultos por años revelan la azarosa vida de las comunidades que vivieron aquí en la época precolombina, cuyo lugar exacto de procedencia es aún un enigma.
Desentrañar los acertijos del pasado nos permite comprender mejor el principio y fin de nuestros lejanos antecesores, diezmados por la conquista y colonización o absorbidos por el mestizaje desatado a partir de entonces.
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La fiesta del maíz: tributo y tradición.

Por Adalys Pilar Mireles

Pinar del Río, Cuba. El maíz, motivo de adoración de los pueblos más primitivos de América, es venerado por los pobladores de una apartada localidad de esta Isla, tanto como lo hicieron los hombres del valle mexicano de Tehuacán en tiempos lejanos.

El origen de la planta sigue siendo un misterio, aunque evidencias arqueológicas demuestran que era el alimento básico de las culturas americanas antes que los europeos llegaran al Nuevo Mundo.

Análisis realizados por el método del Carbono 14 con espigas encontradas en varias cuevas indican que uno de los tipos del cereal era consumido en México unos siete mil años atrás.

Por la tradición oral y otras pruebas paleobotánicas se conoce que sus distintas variedades merecían en tiempos precolombinos el respeto religioso de las más antiguas comunidades del continente.

Muchos siglos después, los habitantes de Montezuelo (Mantua) en el extremo occidental de Cuba, rinden culto al vegetal de la familia de las gramíneas, que descuella por sus propiedades nutritivas.

Tras cada cosecha tabacalera, los pobladores de la zona evocan la génesisde su cultivo y el lugar preponderante del rico alimento desde su empleo como medio de sustento por las comunidades aborígenes de la Mayor de las Antillas.

Cada agosto invita al jolgorio a los vecinos del lugar cuyos ancestros crearon la Fiesta del Maíz en una fecha aún sin precisar. En la celebración abundan las recetas y todas tienen como base fundamental la planta, cosechada por los hombres de este sitio, que debe su nombre a navegantes italianos (procedentes de Mantova) quienes naufragaron en las costas de ese extremo del archipiélago.

Mientras en los hogares se prepara el convite, los más pequeños disfrutan de distintos juegos, una vez listos los manjares, un jurado selecciona a los mejores. El grano amarillo se emplea en la cocina de múltiples formas: cocido, asado, guisado, macerado, tostado, en harina, en tortilla o en requesón, y se estima que sus derivados tienen más de tres mil usos.

Cada verano se rinde culto aquí a ese alimento, venerado por los indígenas americanos y muy extendido en la actualidad cuando se aprecia no sólo como un exquisito plato sino también como una de los tesoros de la civilización humana.

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Foro Roncali: triunfador de huracanes

Foro Roncali: triunfador de huracanes
Por Adalys Pilar Mireles

Con más de un siglo de existencia, el faro Roncali, en el punto más occidental de Cuba, devino monumento a la perseverancia al burlar a centenares de huracanes y fenómenos naturales con su frágil estructura de rocas calizas y rústicas técnicas de albañilería.
De 1900 a la actualidad azotaron a la región unos 138 ciclones, más de la mitad de ellos de gran peligrosidad, los que rozaron su base sin dejar secuelas en la añeja edificación, típica del período colonial.
El centinela, situado en el último refugio de los aborígenes que habitaron la Isla, guía con sus destellos a miles de embarcaciones que navegan por las aguas del Mar Caribe y el Golfo de México.
Construido en la segunda mitad del siglo XIX, distingue a la apartada demarcación que lo acoge, al erigirse hasta una altura de 33 metros sobre la extensa llanura cársica de la Península de Guanahacabibes.
Estudios históricos revelan las azarosas faenas de sus artífices, la totalidad de ellos emigrantes chinos y esclavos africanos, quienes desafiaron la agreste topografía del terreno, salpicado de rocas acantiladas y diente de perro.
En sus proximidades subsiste aún la cantera original de la que se obtuvo la materia prima para su construcción, con procedimientos similares a los empleados en el Castillo del Morro, símbolo de la capital cubana.
La torre, que conserva aún sus elementos originales, es un obligado punto de referencia en el límite oeste de La Mayor de las Antillas, pues la luz que emite puede ser apreciada a unos 30 kilómetros de distancia con una frecuencia de dos destellos cada 10 segundos.
Desde los farallones que bordean al faro asoman las dunas de cerca de 20 playas y la tupida vegetación de una de las últimas selvas tropicales del área caribeña.
Este añejo guardián sobresale como uno de los más famosos habitantes de la zona, conocida también como “El Cabo” y declarada Reserva Mundial de la Biosfera en 1987.
A sus pies yacen tesoros de épocas pasadas, entre ellos sitios arqueológicos asociados a la presencia de los llamados mesoindios antillanos.
A sólo metros perviven sorprendentes paisajes costeros y singulares vistas subacuáticas adornadas con jardines de gorgóneas y arrecifes coralinos, donde predomina la variedad negra, a salvo a pesar de los recientes azotes de organismos tropicales.
Pese a sus 154 años de vida, el Faro Roncali conserva sus funciones como uno de los principales guardianes marítimos de Cuba y una de las reliquias del archipiélago por su perseverancia.
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Mantua: ¿una ciudad italiana en Cuba?

Mantua: ¿una ciudad italiana en Cuba?  

Por Adalys Pilar
Probablemente oculta entre los canales marinos del límite noroeste cubano, yace la verdadera historia de Mantua, una demarcación que tras siglos de existencia busca aún la certeza de sus raíces y la identidad de sus fundadores.
   Cosarios o piratas, lo cierto es que la tradición oral atribuye a navegantes procedentes de la península itálica, la fundación en el siglo XVII de un villorio en ese extremo occidental de Cuba, a unos 200 km de La Habana.
   Mantua fue el nombre escogido para el asentamiento, en honor al bergantín en que viajaban o a Mantova, la provincia de Lombardía, identificada como uno de los posibles lugares de procedencia de los visitantes.
   Las causas exactas del arribo se ignoran, pero la versión más conocida refiere el naufragio del navío después de arremeter contra la barrera coralina que resguarda el litoral, causante de innumerables accidentes marítimos.
   Historiadores aseguran que esta anécdota popular resulta creíble, pues aunque no se hallaron hasta ahora vestigios de la embarcación, sólo tripulantes expertos son capaces de sortear el cinturón de arrecifes de la faja costera.
   Los sobrevivientes, como buenos marinos, se establecieron primero en las cercanías de la costa, hasta adueñarse de una extensa hondonada a orillas del río más caudaloso de la comarca, rodeado de fértiles vegas y colinas.
   La colonización española prácticamente no había tocado a las puertas de ese remoto paraje en el momento de la llegada, por lo que es probable que el lugar estuviera totalmente deshabitado.
   Aunque en los libros parroquiales aparecen registrados cerca de veinte apellidos italianos, la familia Pitaluga es una de las pocas de origen itálico que reside en esta localidad.
   Para los descendientes de Antonio Pitaluga, no hay dudas de la procedencia de sus ancestros, porque durante varias generaciones se escucharon las historias de Italia y los detalles de la aventura en la travesía por el Océano.
   La devoción por la Virgen de Las Nieves, es otro de los legados indiscutibles de los hijos de la nación del sur europeo.
   Esta veneración es original de la Basílica Santa María La Mayor, la primera y más antigua de Roma y de Mantova, mientras en Cuba es exclusiva de este lugar.
     Los fundadores debieron contagiar con su fervor religioso a colonos españoles y de otras latitudes, que se establecieron más tarde en ese poblado, hasta convertir esa creencia en una tradición popular. 
   Enrique Pertierra es uno de los hijos de la sui géneris demarcación que investiga entre antiguos documentos de la etapa colonial algunas pistas sobre la procedencia de los fundadores.
  “Las evidencias más fuertes están bajo el agua”, asegura el estudioso
   El pequeño poblado fundado a orillas del mar devino uno de los 14 municipios de esta occidental provincia. 
   La base económica fundamental de Mantua es la agricultura  que aprovecha casi el 52 por ciento de los suelos, la mayoría de ellos dedicados a la siembra de tabaco, cultivo típico de este extremo del país.
  A varios siglos de su fundación, el origen italiano de Mantua es defendido por las generaciones actuales, que pese a las pruebas existentes y a la fuerte tradición oral, aún buscan mayores evidencias de su origen y la certeza de su paternidad.
 
 

 

Exploran vestigios de asentamiento aborigen en extremo occidental cubano.

Exploran vestigios de asentamiento aborigen en extremo occidental cubano.

Por Adalys Pilar Mireles

Arqueólogos locales exploran los vestigios de un asentamiento aborigen de unos 3 mil 100 a 2 mil 800 años de antigüedad descubierto accidentalmente en la llanura sur de este extremo del país.

Los primeros indicios de su presencia afloraron cuando un campesino del barrio El Palenque, en el municipio de Consolación del Sur ( a unos 160 km de La Habana ) extrajo los primeros restos de concha y moluscos marinos mientras iniciaba la labranza de la tierra, destinada al cultivo del tabaco.

Estudios posteriores confirmaron que en la explanada se preservan aún dos áreas de habitación empleados por una comunidad de unas 150 personas, la mayoría de ellas población infantil, declaró a Prensa Latina Enrique Alonso, Doctor en Ciencias Históricas a cargo de las investigaciones.

Cubiertos por 40 centímetros de sedimentos fluviales, se hallaron las evidencias de la estancia en esa zona durante al menos tres siglos, salvo en época lluviosa cuando emigraban a las montañas para evadir las frecuentes inundaciones de la extensa planicie.

Fragmentos de los instrumentos o el ajuar de trabajo como majadores, además de piedras tintóreas y restos de alimentos, emergen del suelo una vez iniciadas las excavaciones.

Dentro de la superficie que ocupaba el antiguo campamento aparecieron también dos osamentas humanas que se estima pertenecieron a dos jóvenes de sexo masculino.

La exploración del sitio reveló la distribución de la superficie habitacional compuesta por varios anillos: al centro el lugar de las fogatas, después el de preparación de los alimentos, más distante un espacio para la confección de los instrumentos de trabajo y el último destinado al descanso.

A través de los restos de alimentos encontrados ( jutía, jicotea, moluscos marinos ) podemos inferir no sólo lo que comían sino el conocimiento que poseían acerca de los recursos que ofrece la naturaleza para poder subsistir sin ningún empleo de la agricultura, comentó Alonso.

Agregó que el llamado atraso de los habitantes de esta región es relativo pues a pesar de definirse como mesoindios o arcaicos con una economía exclusivamente de apropiación, demostraron un amplio dominio de la dialéctica de su entorno.

La presencia de representantes del mundo marino indica que realizaron grandes desplazamientos por grupos, presumiblemente a través de los ríos cercanos para alcanzar la costa distante de allí unos 20 kilómetros, lo que demuestra el principio de la exploración continua a ellos atribuido.

Este es el tercer asentamiento de su tipo descubierto en la llanura sur de la provincia, porción muy dañada por la erosión y la desertificación.

En Pinar del Río existen hasta la fecha cerca de ochocientos sitios arqueológicos explorados y documentados, más de quinientos de ellos lugares donde vivieron los aborígenes.

Durante prolongados estudios se obtuvieron pruebas de su abrigo en zonas costeras, llanuras, montañas, y los más disímiles paisajes de la geografía.

Los vestigios ocultos por años revelan la azarosa vida de las comunidades que vivieron aquí en la época precolombina, cuyo lugar exacto de procedencia es aún un enigma.

Desentrañar los secretos del pasado nos permite comprender mejor el principio y fin de nuestros lejanos antecesores, diezmados por la conquista y colonización o absorbidos por el mestizaje desatado a partir de entonces.

Preservan único bosque de piedras de Cuba

Preservan único bosque de piedras de Cuba

Por Adalys Pilar Mireles

Mogotes jurásicos adornados con un espeso manto vegetal conforman el único bosque de piedras de Cuba, que sobrevive en el extremo occidental del país tras 70 millones de años de existencia.

Las rocas calizas de más de 10 metros de altura, sobreviven en el límite occidental de La Isla bajo la mirada de robles, algarrobos y cedros centenarios.

Estas curiosas elevaciones, de cimas desgastadas por la erosión, son testigos de complejos cambios geológicos y de una era que parece detenida en el tiempo.

La peculiar zona boscosa atesora fósiles tan antiguos como la amonita, petrificada en las cavidades y laberintos de las añejas "alturas", suerte de remanentes de la cordillera de Guaniguanico, una de las más vetustas de la nación.

Estos hallazgos, unido a la presencia de las extrañas formaciones, contribuyen a desentrañar incógnitas acerca de la evolución de la vida en esta región del planeta y el origen del archipiélago cubano.

El bosque de piedras, fue sitio de habitación de los primeros hombres que poblaron estas tierras varios milenios atrás, quienes encontraron refugio en las grutas que surcan los micromogotes, muchos de ellos comunicados entre sí.

Más tarde ocultaron a los cimarrones(negros huidos)que evadían los rigores de la esclavitud, los que dejaron a su paso algunas evidencias de su prolongada estancia en las pequeñas cavernas.

Las solapas y cuevas fueron utilizadas, además, por los cubanos como lugar de descanso durante la guerra contra el colonialismo español, a finales del siglo XIX.

Entre la rica floresta de la zona sobresalen árboles frutales y numerosas variedades maderables junto a la típica vegetación semidecidua.

Con la llegada del período estival, conocido también como la fiesta de las flores, el bosque luce todo su esplendor.

Las altas temperaturas y las lluvias de la temporada favorecen la floración de muchas de las plantas, que adornan este peculiar jardín.

En la espesura anida el tocororo (ave nacional de Cuba) junto al tomeguín del pinar y el zunzuncito, considerado el ave más pequeña del planeta por su tamaño de apenas siete centímetros.

Coloridos plumajes acarician las mañanas en este escenario natural que acoge a numerosas viajeras, provenientes de otras latitudes.

Moluscos, arácnidos y reptiles habitan entre la vegetación que custodia a las antiguas piedras, cuyas cimas imitan la apariencia del agreste diente de perro.

Las aguas del río Cuyaguateje, el más caudaloso de la demarcación, bañan al conjunto pétreo y posibilitan la navegación a lo largo del sitio, declarado Monumento Nacional en 1996.

Leyendas de corsarios y piratas abundan en este paraje, limítrofe con la Península de Guanahacabibes, una de las seis reservas de la biosfera de La Mayor de las Antillas.

Los lugareños recuerdan historias de temidos marinos que en épocas pasadas saquearon las haciendas construidas en las márgenes del cauce y escondieron tesoros en los pasadizos de las elevaciones jurásicas.

Los primeros senderos de este extremo de país, trazados durante los siglos XVII y XVIII, bordean aún el amurallado lugar cubierto por el follaje.

Entre ellos el más importante fue el camino real de Vueltabajo, que se interna en la floresta y sortea la fortaleza esculpida por el tiempo.

Los visitantes pueden apreciar un panorama exclusivo de esta punta de La Isla, simbiosis de varias eras geológicas, cuyos vestigios perduran.

A unos 200 km al oeste de La Habana, la naturaleza nos regala un paisaje, conservado milenariamente en su estado primitivo, y que deslumbra por su originalidad.