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acertijos

Orquideario de Soroa

A más de un siglo de su muerte, José Martí es recordado aún por los cubanos como una de las figuras cimeras de las letras y la historia insulares, pero la original invención de un horticultor japonés es, sin dudas, uno de los más sui géneris homenajes al Héroe Nacional de Cuba.

El Lirio martiano

Pinar del Río, Cuba. Desde mediados del siglo pasado florece en este  extremo del país, el lirio José Martí, considerado una de las más originales ofrendas al Héroe Nacional de Cuba.


En el Orquideario de Soroa (el mayor de la Isla) crece esa variedad, fruto de la imaginación del famoso horticultor japonés Kenji Takeuchi, fallecido en 1977.


La flor, identificada entre muchas por sus abultados pétalos blancos, es un híbrido obtenido a partir de dos especies endémicas del archipiélago  mediante la técnica botánica convencional.


El  abogado español Tomás Felipe Camacho era el dueño de ese sitio, donde fallecieron numerosas especies antes de la llegada de Takeuchi, con amplio dominio de las técnicas de cultivo.


A sus manos de artífice debemos el diseño y creación de los peculiares jardines, monumento natural a la llamada aristócrata de las flores.


Pero sin dudas, una de sus más singulares obras fue el lirio José Martí que se integró a la abundante vegetación de la zona en 1953, año en que se cumplían cien años del natalicio de José Martí.


Días de incertidumbre y desasosiego precedieron a su original tributo, hasta que vio la luz entre la tupida floresta de la zona.


Desde entonces, el lirio martiano sobresale por su inconfundible apariencia nívea en las cimas de Soroa, donde crece de forma silvestre.


En las montañas de Viñales, aflora también la silueta del maestro, como otro de los enigmas de estas elevaciones que datan del período jurásico.

Las cimas parecen evocar al pensador en una simbiosis casi poética de rasgos e insinuaciones que concitan la admiración de lugareños y visitantes, al convertirse en otro singular  homenaje de la naturaleza al insigne escritor y patriota.

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El comentario de una colega (Zenia) sobre los caprichos del clima y las bruscas variaciones de la temperatura, que nos obligan a los cubanos a vivir prácticamente en dos estaciones paralelas (invierno por la noche y verano por el día), me recordó otra de las muchas curiosidades de la naturaleza, entre las que sobresalen estas extrañas revelaciones sobre las orquídeas.
 
 
 
 
Quizás muchos ignoren y otros duden que la indiscutible dama del reino vegetal, admirada por su elegancia y  colorido tenga una estrecha relación con los órganos sexuales de algunos animales.
 
El descubrimiento data de varios siglos antes de nuestra era, cuando el naturalista griego Teofrasto,  notó la extraña similitud entre el aparato reproductor de los perros, y las dos peloticas arrugadas que tienen en la base ciertas variedades de orquídeas europeas.
 
El estudioso fue el primero que  nombró a la hermosa flor, con su curioso pétalo modificado, a partir del vocablo orchis, que en español significa testículos.
 
La denominación se extendió con rapidez y después de dos mil años o un poco más, se sigue utilizando para designar un género de orquídeas que crece aún en Europa, además de integrar  el nombre de la familia más numerosa del reino vegetal ( orchidaceae ).
  
A la delicada planta, se le concedió desde épocas remotas,  un sitio prominente en libros de medicina y de hierbas, porque se presumía que la forma de sus tubérculos era  fuente de  propiedades afrodisíacas inigualables.
 
Además de la literatura especializada, famosas obras de renombrados escritores como el inglés Willian Chakespeare, hacen mención a ella por su nombre o con rebuscadas metáforas.
 
Desde tiempos inmemoriales la imaginación popular hizo brotar mitos y teorías tan  inverosímiles como las  que consideraban que las orquídeas crecían sólo en lugares donde las reses, ovejas y caballos se apareaban y derraman semen.
 
Otros creyeron que el bulbo de estas atractivas especies, podría influir en el desarrollo de los órganos sexuales masculinos, incluso documentos de carácter científico como varias doctrinas botánicas del siglo anterior, tratan de demostrar la veracidad de tan codiciadas cualidades.
  
Pero lo cierto es que ninguna de esas hipótesis pudieron confirmarse, pues hasta la fecha la vainilla es la única prueba del empleo de la cautivadora flor con  otros fines que no son los ornamentales.

Las orquídeas proliferan en todas las latitudes y altitudes, aunque por lo general presentan mayor diversidad en los contextos tropicales y subtropicales. 

En Cuba viven unas 313 especies- de las más de 25 mil que existen en el mundo -,   la mayoría de ellas localizadas en este extremo del país, en áreas montañosas de la Sierra del Rosario y la Península de Guanahacabibes,  y en pendientes de la  Sierra de los Órganos.

No  obstante, equipos de especialistas investigan su presencia en otros sitios de esta provincia.

El inconfundible olor de la orquídea Chocolate y la apariencia de la variedad conocida como Rana, dan nombre a las dos especies,  consideradas endémicas locales, por ser exclusivas de esta zona del planeta.

Especialistas afirman que más del 70 por ciento de los ejemplares descubiertos en  esta  región del archipiélago cubano, crecen en troncos de árboles y arbustos.

Aunque sus flores producen numerosos frutos, las condiciones climatológicas adversas, disminuyen su reproducción de forma natural, por ese motivo, avanzan en la isla programas de producción de vitroplantas, que permiten multiplicar a gran escala especies en peligro de extinción, para devolverlas después a la naturaleza en cantidades muy superiores.

El Orquideario de Soroa, importante vergel de la mayor de las Antillas, radicado en el occidente de Cuba,  es la institución científica que dirige los procedimientos de biotecnología con fines conservacionistas.

En este exuberante jardín se preservan unas 700 especies de orquídeas cubanas y exóticas, sembradas a cielo abierto o en umbráculos especiales.

Las primeras orquídeas llegaron a Soroa en l948, importadas por el propietario del lugar el acaudalado español Tomás Felipe Camacho, considerado en Cuba la persona con mayores conocimientos sobre ese fascinante mundo de colores y fragancias.

En el hermoso paraje se conservan aún valiosos ejemplares de los siglos XIX y XX, reliquias de este sorprendente sitio, devenido monumento natural a uno de los más curiosos y  atractivos exponentes de la flora mundial.