El beso del mundo silvestre
Por Adalys Pilar Mireles
Pinar del Río, Cuba. Bautizada como la Catedral Natural de Cuba por la exhuberancia de su floresta y la diversidad de su fauna, esta occidental provincia es admirada también por el embrujo de sus paisajes y la virginidad de sus ecosistemas.
Los habitantes de esta región se enorgullecen de las riquezas botánicas que habitan en este extremo del archipiélago, donde el 11 por ciento de las plantas son autóctonas.
Sin dudas, uno de los mayores encantos vegetales de la región es la añeja palma corcho, fósil viviente declarado monumento nacional por ser uno de los escasos sobrevivientes del período jurásico en La Isla.
Entre sus colinas de extrañas configuraciones, pueden apreciarse ejemplares como el ceibón, el roble caimán, árboles caducifolios, arbustos muy leñosos y otros carnosos.
VIÑALES
Declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad,
por la preservación de antiguas formas de labranza, entre otras tradiciones, Viñales abriga un peculiar vergel con miles de ejemplares de diversas latitudes.
En el jardín de Caridad, una anciana de 84 años de edad, crecen rosas, jazmines, variedades frutales, maderables y medicinales, que resistieron violentos cambios climáticos.
Para asombro de muchos, en la actualidad conviven en franca armonía ejemplares oriundos de las más diversas naciones, con curiosos representantes de la flora cubana.
El frondoso patio es visitado por centenares de personas cada día, que se cobijan a la sombra de un universo de colores y fragancias y bajo la mirada de vetustos mogotes cuya antigüedad supera los 65 millones de años.
Muy cerca de allí reposa el famoso Valle de Viñales, tal vez uno de los sitios naturales más célebres de Cuba, que ha recorrido el mundo en los lienzos de afamados pintores.
En su interior se erigen las elevaciones de cimas redondas y laderas verticales cuyas cavidades y riachuelos conforman uno de los más importantes sistemas cavernarios de La Mayor de las Antillas.
Las grutas clasifican como relevantes conjuntos espeleológicos, explorados por expediciones internacionales que buscan en sus pasadizos secretos de la civilización humana y de la evolución geológica del planeta.
SOROA
Más al este, en la Sierra del Rosario (la primera reserva de la biosfera de la nación antillana) se levanta el Orquideario de Soroa, mayor coleccionista de su tipo en el país.
El centro científico, a unos 70 km de La Habana, exhibe unas 700 especies de la llamada aristócrata de las flores, a sólo metros del salto de agua del río Manantiales, conocido como el Arcoiris de Cuba.
A determinadas horas del día confluyen en la fuente los siete colores del espectro por el reflejo de los rayos solares.
Pero en el reino animal, el endemismo alcanza el 50 por ciento.
Entre la fauna del macizo montañoso destaca una de las ranas más diminutas del mundo y se han reportado alrededor de 70 tipos de aves, varias de ellas autóctonas.
Dentro de las serranías, sobresale Las Terrazas, una sui géneris comunidad que abarca unas cinco mil hectáreas.
La demarcación protagoniza un proyecto de economía rural sostenible, basado en la explotación turística racional de las riquezas del entorno.
Con una singular arquitectura, el hotel Moka se abraza a una ceiba centenaria y promueve la observación de las especies voladoras y de los numerosos encantos de las alturas.
Especial atractivo aportan a la zona las ruinas de antiguos cafetales franceses del siglo XIX.
GUANAHACABIBES
La península de Guanahacabibes, en el límite oeste del país, es considerada uno de los mayores corredores de aves migratorias del área caribeña.
La posición geográfica de este paraje, bañado por las aguas del Golfo de México, propicia la llegada de numerosas especies durante sus tránsitos del continente norte al sur y en el sentido opuesto.
Las aves migratorias de invierno, que provienen de Estados Unidos, son más abundantes y arriban a la extensa llanura cársica a partir de septiembre, donde permanecen hasta los primeros días de noviembre.
En la actualidad, científicos cubanos y de otras naciones precisan el destino final del vuelo, después una corta estancia en la mayor de las Antillas.
Por esos y otros regalos de la naturaleza, al recorrer sus llanuras o cimas, o sus extensas galerías subterráneas muchos disfrutan el abrazo del mundo silvestre, y de vetustos testigos de épocas inmemoriales.