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Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés y sus estampas cubanas

Cirilo Villaverde, Cecilia Valdés y sus estampas cubanas

 

 

 

Por Adalys Pilar Mireles*

 

 

Pinar del Río, Cuba (PL) Más conocido por su novela costumbrista Cecilia Valdés, el escritor Cirilo Villaverde es releído hoy por historiadores y otros investigadores en busca de anécdotas y pistas del pasado entre sus estampas cubanas.

   Esa historia es considerada por los críticos como un monumento de las letras, la cual refleja un importante período del acontecer habanero y el complejo panorama de la sociedad esclavista.
   Pero el novelista, maestro y periodista, dejó una fecunda obra, más allá de la historia de amor protagonizada por una mulata, supuestamente registrada en los libros de la casa cuna del siglo XIX como Cecilia María del Rosario Valdés.

   Villaverde nació en el ingenio Santiago, de esta occidental provincia el 28 de octubre de 1812 y falleció en Nueva York en 1894.
   A los 22 años de edad se graduó de Leyes y laboró en varios bufetes hasta que decidió emprender un nuevo camino: el de la enseñanza y el periodismo.
   Comenzó a escribir con regularidad en periódicos y revistas de La Habana: Cartera Cubana, El Faro Industrial y El Recreo, en el cual aparecen sus primeros artículos, al mismo tiempo ejerció el magisterio.

   El autor de El Perjurio, La Peña Blanca, El Ave Muerta, La Cueva de Taganana y La joven de la flecha de oro, creó además textos como Excursión a Vueltabajo (1843), toda una joya para espeleólogos, geógrafos e historiógrafos.

   Libro de cabecera para quienes intentan escudriñar secretos entre laberintos y vestigios de tiempos lejanos, guía ahora a exploradores por las serranías y llanuras de esta región, y la vecina Artemisa.

   En la atractiva narración del viaje por esta zona, en el extremo oeste de la isla,  asoman pasajes de cada poblado recorrido sobre su corcel, personajes típicos y minuciosas descripciones de la topografía, accidentes geográficos, la vegetación y la fauna de cada lugar.

   Suerte de fotógrafo, legó a sus descendientes imaginarias vistas de escenarios como San Diego de los Baños y sus pozas de aguas minero medicinales, así como de la llegada de peregrinos desde todo el país para curar sus males en la fuente, que gozaba ya de fama internacional, dos centurias atrás.

     De sus prodigios y la afluencia de dolientes habló el novelista, así como del paseo por las cercanías del benéfico río, que el alto contenido de azufre tiñe aún de color terracota.

     No escapó a su mirada, el paisaje moldeado por ingenios azucareros y  los cafetales franceses,  edificaciones de aires centro-europeos, otrora muy abundantes en la Sierra del Rosario.

    A la arquitectura vernácula con el bohío (hecho de madera y hojas de palma)  como máximo exponente, dedicó también espacio el explorador, quien estuvo acompañado en algunos tramos por esclavos y otros espontáneos guías.

    Con sus vivencias durante el periplo dio fe de la amabilidad de guajiros y monteros, sus costumbres y afanes cotidianos, para sobrevivir en circunstancias de extrema pobreza.

   La noche en el campo, olores y murmullos, resultó igualmente descrita por el viajero a lo largo de esa aventura de regreso a la tierra donde nació.

    Impresionado por el Pan de Guajaibón, mayor elevación de esta parte del archipiélago, celebró su majestuosidad e inconfundible presencia. 

   “Atalaya de los navegantes, semejante a un camello echado en el desierto, que se descubre a muchas leguas de distancia y cuyas cimas no han sido vistas nunca cubiertas de nieve”, así lo retrata.

    En la relatoría de su travesía, incluye anécdotas sobre la presencia de aborígenes en las grutas del macizo, allí perduran pinturas rupestres, instrumentos de trabajo de material lítico, restos óseos y otros rastros de esa cultura.

     La cuadrilla del invisible, un cimarrón apalencado, aparece también en el texto, junto a curiosos episodios sobre los negros huidos y su forma de vida en condiciones de acoso, ataviados con un morral hecho con piel de jutía, rústicas armas y la sambumbia, antigua bebida al parecer oriunda de África.

    Guardieros, arrieros, dueños de tabernas, campesinos y disímiles personajes animaron la cabalgata que no estuvo exenta de riesgos, tropiezos y misterios como los malos augurios que rodeaban entonces a Peña Blanca y otros sitios de esta punta del archipiélago.

    En la obra, catalogada como creación de excelencia con valores históricos y literarios, convergen escenas trágicas, cómicas, fragmentos poéticos, mitos y leyendas sobre muertos, aparecidos y ataques piratas.

     Reencontrar cada lugar descrito por el precursor de la novelística insular devino afán de historiadores, amantes de la espeleología y disímiles estudiosos cubanos.

    Fruto de las pesquisas tras la ruta de Villaverde, es la edición crítica de Excursión a Vueltabajo, que vio la luz recientemente, y en la que trabajaron los investigadores pinareños Jorge Fredy Ramírez y Pedro Luis Hernández.

    A partir de un minucioso análisis de cada capítulo, lograron enriquecer el volumen original con notas y comentarios que facilitan su comprensión, mapas, imágenes y aclaraciones sobre términos y topónimos en desuso.

    Casi dos siglos después de su publicación, convida a redescubrir cada paraje ligado a la cordillera de Guaniguanico, a encontrar entre la espesura siluetas de haciendas cafetaleras galas mencionadas por el literato, cavernas, riachuelos y curiosas plantas que vio a su paso por montes y desfiladeros.

   Sin dudas, un desafío que entusiasma hoy a intrépidos caminantes y a apasionados cronistas.

   ap

*Corresponsal de Prensa Latina en la provincia de Pinar del Río.

 

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